lunes, 30 de diciembre de 2013

El mítico Fededora


A su modo siempre fue feliz. Se interesó por la vida, curioseó en la cultura y se dejó conquistar por el deporte y su gente. Nunca se sintió extraño ni extranjero: en su tierra le referían como al “Gallego” y aquí a veces le saludaban como “Che”, pero ambos lugares los tomó como suyos. 


El gusanillo del básquetbol se lo metió su abuelo desde la primera ocasión en que le oyó contar la historia del “Hindú Club”, aquellos locos estudiantes del Colegio La Salle de Buenos Aires que saciados tras ganar cinco campeonatos nacionales, decidieron, con el Pancho Borgonovo a la cabeza, emprender una gira por Europa. Corría el año 1927 y en barco se tardaba un mes en llegar al Viejo Continente. La expedición se sintió decepcionada cuando no pudo jugar ni en Alemania ni en Bélgica. Pero en Londres tornó la suerte: disputaron dos partidos y los ganaron. Próximo destino París e idéntico desenlace en otros tantos encuentros (el segundo ante el campeón capitalino, Stade Francais). Barcelona supuso el brillante colofón al paseo trasatlántico. Las 5.000 personas que abarrotaban el campo de Gracia alucinaron con la desenvoltura de los argentinos que vapulearon 50-16 a una selección catalana. A Fede le caló tanto el relato que de continuo conminaba al viejo para que lo rememorara. El patriarca poseía una memoria prodigiosa y a cada poco rescataba pretéritos sucesos relacionados con el pasatiempo preferido del nieto. 

La casualidad y los negocios condujeron a la familia Guevara a una corta estancia en Buenos Aires. Lo que iba a ser una semana se alargó a casi un mes. A Fede no le importó. Todos los días la gran urbe descubría al adolescente imágenes nuevas: el barrio de la Boca, las amplias avenidas, los históricos teatros, las enormes librerías… Todo le fascinaba. Un buen día llegó su padre con una sorpresa que le hizo saltar de alegría. Un cliente le había dado dos boletos para la final del primer Campeonato del Mundo de baloncesto. Era el 3 de noviembre de 1950 y el chico nunca olvidaría nada de lo que ocurrió en el legendario Luna Park esa tarde. 

viernes, 6 de diciembre de 2013

Maccabi, basket en La Tierra Prometida


Asociar Oriente Medio con deporte se antoja complicado. La zona en permanente e histórico conflicto deja titulares luctuosos en la sección Internacional de los periódicos, pero rara vez las noticias son amables y se asoman a Deportes. Tras la Primera Guerra Mundial, la Sociedad de Naciones avaló el Mandato Británico de Palestina con el propósito de “crear un hogar nacional para el pueblo judío”. Dos años después de concluir la Segunda Gran Guerra, las Naciones Unidas aprobaron la partición de Palestina en dos estados de similar extensión, uno judío y el otro árabe. La proclamación de independencia el 14 de mayo de 1948 por parte del Estado de Israel conllevó la inmediata declaración de guerra de sus vecinos árabes y dio paso a una mitad de siglo plagada de enfrentamientos bélicos (la Guerra del Sinaí de 1956, la de los Seis Días en el 67, la del Yom Kipur en el 73 o la del Líbano en el 82) de la que la zona no se ha repuesto del todo. A veces parece que Dios se hubiera olvidado de la parte del mundo donde más se le nombra.

Hoy, en lugar de bucear en aguas del Mar Rojo, curiosearé en el equipo de baloncesto más reconocido de Israel. Su marca más identificable, seguida y exitosa. Todo un clásico que, en palabras de su histórico presidente, Shimon Mizrahi, “ha sido el mejor embajador del país”. 

domingo, 10 de noviembre de 2013

El maestro Ignacio Pinedo


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El protagonista de hoy es toda una referencia de nuestro universo baloncestístico pero, como argüía Javier Limón sobre los Beatles en su maravilloso programa musical “Un lugar llamado mundo”, no por el tiempo transcurrido sino por el que todavía le queda y por el poso dejado que trasciende generaciones. 

En la actualidad, contagia alegría el Madrid de Pablo Laso al amparo de un modelo tradicional: defensa, contragolpe y sencillez en ataque. El patrón, tan académico como romántico, lo creo heredero del estilo que hace décadas preconizó Ignacio Pinedo. No garantiza títulos (ninguna patente los certifica), pero sí llena las canchas, enamora a los aficionados y atrae a los indecisos. Hoy abordo la figura de Pinedo, que junto a Eduardo Kucharski, Pedro Ferrándiz y Antonio Díaz Miguel marcaron, entre otros muchos, el devenir del deporte de la canasta en sus primeros 50 años de existencia en España. No fue un revolucionario en cuestiones tácticas, no ideó ningún sistema ciertamente novedoso. Su éxito se cimentó en el conocimiento y motivación de los jugadores, en la hábil gestión de grupos y en su formidable dirección de equipos. Vamos lo que ahora viene a ser el tan traído “coaching”. Pinedo nunca estuvo tan de moda como en los tiempos modernos, que diría Chaplin. Siempre fue un adelantado. 

martes, 1 de octubre de 2013

Amaya Valdemoro, una grande


Ahora todo parece “sencillo”. La selección femenina de baloncesto ha subido a lo más alto del cajón en el Europeo disputado en Francia y las chicas que vienen detrás han copado los pódiums de sus respectivos campeonatos (oros en los Europeos sub 20, sub 18 y sub 16 y cuartas en el Mundial sub 19) en un verano de ensueño. El presente parece espléndido y el futuro, si salvamos la tan manida crisis, más que prometedor. Sin embargo, poca gente conoce que hasta el año 74 el equipo nacional sólo había disputado 10 partidos internacionales, datando el estreno del 16 de junio de 1963 ante Suiza en Magrat. Cae lejos, pero no tanto. El 50 aniversario no ha podido deparar mejores regalos. 

martes, 20 de agosto de 2013

Málaga, fusión de basket





A los pies del monte Gibralfaro, la antigua Alcazaba preside una vista espléndida. En su falda el Teatro Romano y la Catedral de la Encarnación (la “manquita”, pues le falta una torre) han sido testigos mudos del espectacular cambio operado en el puerto y en la peatonal calle Larios. En el Mediterráneo mueren los estuarios del Guadalmedina y Guadalhorce. El mar todo lo refleja, todo lo traslada desde la república independiente de El Palo a la punta opuesta de la bahía donde los aficionados ansían que su Unicaja reverdezca viejos laureles. 

Hubo un tiempo en que la capital de la Costa del Sol se contoneaba entre dos amores: uno sobrio, maduro, apuesto (Caja De Ronda); el otro juvenil, desenfadado, arrollador (Mayoral Maristas). Como resultaba utópico elegir, el sueño se hizo uno. Esta es la crónica rebajada del largo noviazgo entre Málaga y el deporte de la canasta. No fue un flechazo a primera vista y muchos tahúres mediaron para seducir a través del balón naranja a la antigua ciudad fenicia. De no tener apeadero a llegar el AVE con su cesta. De competir en divisiones inferiores a pasear títulos a techo descubierto y viajar por Europa. De pegar a un balón con el pié a mimarlo entre botes con las manos. 

Si el cenachero (vendedor de pescado), la biznaga y el boquerón representan algunos de los distintivos de la Málaga tradicional, mediterránea y marinera, tres personajes entre muchos simbolizan el triunfo del baloncesto en la provincia: Alfonso Queipo de Llano, José María Martín Urbano y el fallecido Paco Rengel. Los dos primeros, hacedores de clubs y armadores de equipos, han ocupado todos los puestos imaginables en una institución deportiva: a Alfonso le ha costado mucha pasta su sana afición y su viejo Seat 1500 tenía más kilómetros que el baúl de la Piquer, entre charlas, campamentos y clinics a los que regularmente acudía con su inseparable José María. Desde el Diario Sur, Paco fue un “colaboracionista”, si podamos al término del sentido que se le dio en la 2ª Guerra Mundial: esto es, colaboró para acercar a todos los malagueños el mundo de la canasta desde la objetividad, la pasión y el humor; fundó la emblemática web basketconfidencial donde dio rienda suelta para que multitud de amigos del mundillo cooperaran con artículos y expresasen de manera libre sus opiniones. Cuando salió por la puerta de atrás del periódico creó el digital ymalaga.com, pero este año una cruel enfermedad se ha llevado a este periodista íntegro, de raza y alta escuela. Nada es fruto de la casualidad, así que veremos de dónde viene Unicaja y quienes han sido los muchos padres del éxito. 

sábado, 27 de julio de 2013

Celtics-Stevens ¿un cuento con final feliz?


¿Qué tienen en común la elitista Boston y la Indiana rural? Su profundo amor por el baloncesto, su adoración por el mejor jugador blanco que jamás haya pisado una cancha y ahora el advenimiento al estado de Massachusetts del joven técnico Brad Stevens para hacerse cargo de los míticos Celtics. Hasta llegar a detenernos en este último y reciente hecho, daremos un pequeño repaso a la singular y victoriosa historia de los verdes.

Ubicada al nordeste de Estados Unidos, Boston es la capital del estado de Massachusetts, el icónico hogar de los Kennedy y la ciudad más poblada de Nueva Inglaterra, la región con mayor nivel de vida del país. Histórica (con batallas como La masacre de Boston o El Motín del té durante la Guerra de Independencia frente al Reino Unido), aburguesada, coqueta (el distrito Histórico del Sur constituye el más bello ejemplo de la época victoriana), católica (marcada por la inmigración irlandesa e italiana), fina (su “acento” es el más prestigioso y parodiado de la nación), marítima (el puerto es uno de los principales de la costa este), culta (sus más de 100 universidades y colegios la conceden el apelativo de “la Atenas de América” y sus Escuelas Públicas desarrollan el mejor sistema escolar del país), sanitaria (con el impresionante área médica y académica de Longwood), alberga a cuatros de los equipos más reconocibles del panorama deportivo norteamericano -los Red Sox (beisbol), los Bruins (hockey), los Patriots (football) y los Celtics (basket)-, y por sus calles corren todos los años miles de de atletas en su prestigiosa y este año tristemente conocida maratón.

La historia de los Celtics da para un libro y ese ya lo han escrito de manera magistral mi admirado Antonio Rodríguez y el todo terreno Juan Francisco Escudero, así que sólo me detendré en sus momentos más relevantes hasta aterrizar en el presente con la sorprendente contratación de su flamante e imberbe entrenador. 

El mítico Boston Garden constituyó el escenario de las más grandes hazañas célticas desde 1946 a 1995 (curiosamente los Celtics perdieron el primer y el último partido que disputaron en la legendaria pista). Edificado en la parte alta de la North Station, su acústica, la cercanía a cancha de los espectadores levantados de sus asientos de madera y la cutrez de los vestuarios le dieron un halo de viejo pabellón, de gimnasio antiguo dentro de un mundo profesional, con su sala de prensa llena de fotografías, sus estandartes colgados del techo y su genuino e irregular parquet traído de un bosque de Tennessee y esas tablas “falsas” (como las de Magariños) “hay que conocerlo para saber dónde irá el balón; parece que un fantasma juega con él a su antojo”, nos ilustra Bob Cousy. Ninguna otra cancha ha gozado de semejante misticismo. La figura de Leprechaun, ese duende que caricaturizó Zang Auerbach (el hermano de Red), con la pipa, el sombrero, el bastón y, por supuesto, la pelota, preside el círculo central del Garden y representa, junto al trébol verde irlandés tan propio del día de San Patricio, el logo de la franquicia. 

Walter Brown, un empresario que a la vez fue presidente de los Bruins de hockey sobre hielo, creó los Boston Celtics. Fue uno de los principales impulsores de la génesis de la Basketball Association of América (que luego devendría en la NBA), dos años exactos después del Desembarco de Normandía. Recogería también la idea la lanzada por Haskell Cohen (relaciones públicas de la NBA) para asumir la organización del primer Partido de las Estrellas. La camiseta con el nº1 verde siempre le estará reservada. 

Johnny Most fue la voz, el cronista vehemente durante 37 años (hasta 1990) desde su cabina de radio. Vertió ácidas críticas sobre sus rivales y relató las excelencias de sus más laureadas estrellas y de sus más reconocidos y reconocibles actores de reparto. Se deleitó con la inteligencia y el extraordinario tiro exterior de Bill Sharman (un auténtico profesional que empezó realizando footing y sesiones de tiro por su cuenta y que luego triunfaría como entrenador en los Lakers); alabó la facilidad para el juego de Ed Macauley (el primer interior céltico); elogió al considerado primer sexto hombre de la historia, Frank Ramsey; magnificó la bravura del excéntrico Gene Conley, que durante años dio descanso a Bill Russell, y que fue campeón en dos deportes profesionales, en basket con los Celtics y en beisbol con los Braves; glorificó la carrera del inconmensurable Tom Heinsohn, que en el séptimo partido del primer título se fue hasta los 37 puntos y 23 rebotes; ensalzó la impagable labor defensiva de K.C.Jones; vitoreó los tiros a tabla del ingente anotador que era Sam Jones; aplaudió el trabajo grupal y callado de Tom “Satch” Sanders; exaltó la actitud y el juego total del magnífico John “Hondo” Havlicek, que siempre aportaba (“it´s over, Johny Havlicek stole the ball”, vociferaba como poseso en la final de la conferencia oriental del 65); jaleó el juego de pies, la riqueza de movimientos y la incorporación como “tráiler” del bohemio Dave Cowens; o enloqueció con la aportación estelar de Jo Jo White (33 puntos y 9 asistencias) en la victoria clave tras tres prórrogas en el quinto partido de la finales del 76 ante los Suns.

lunes, 1 de julio de 2013

Historias de Nueva York


Había terminado de releer el “Viaje al centro de la Tierra” de Julio Verne y me quedaban unos días libres en el curro. Necesitaba airearme, evadirme de mi realidad diaria. ¿Dónde voy sólo a estas alturas del año? Era febrero y en Madrid hacía un frío del demonio. Descarté una playa. No me gusta la sensación de volver moreno, cuando el resto anda como terrones de azúcar. Desentona. Y de pronto, se me ocurrió ¿y si me voy al epicentro del mundo? Me dio cierto reparo porque todos mis conocidos volvían enamorados de Nueva York y pensaba que entre tanta alabanza me podía defraudar. Entonces recordé cuando fui a ver 6 meses después de su estreno “El silencio de los corderos”, mascullando “no será para tanto…”. Me encantó, una obra maestra. Así que tomé un avión y salté el charco. Comprobé que con mi inglés de Gomaespuma salía del paso, que era imposible llamar la atención y que había estado en muchos de los lugares que luego visité… en las películas. 

Los primeros días me di la gran paliza. Impresionado por la aldea global, por la urbe cosmopolita, merodeé por el distrito financiero, me defraudó la estrechez de la famosa Wall Street, permanecí un rato sobrecogido en la Zona Cero, divisé alguno de sus más de mil quinientos rascacielos desde el Empire State, enloquecí en el Barrio Chino, patiné debajo del Rockefeller Center con música de Julio Iglesias de fondo, asistí al musical de Cats en Broadway, visioné las últimas noticias en los impactantes rótulos de Times Square, me perdí en alguno de los maravillosos museos de la City, compré ropa para un batallón, quedé seducido por el encanto del barrio de Greenwich con sus universidades y sus coloristas tiendas, estiré las piernas en Central Park, tomé un ferry hacia la Estatua de la Libertad y escuché la historia de la entrada de los emigrantes al Nuevo Mundo en la isla de Ellis. De vuelta a Manhattam paseé junto al río Hudson y me detuve en el edificio de las Naciones Unidas. Cogí el metro que nunca duerme y crucé el famoso puente para adentrarme en Brooklyn, del que retorné al hotel fascinado y exhausto. Me había gastado el dinerito en buenos restaurantes y tomado una copita en ciertos locales de moda. Me quedaban dos días y había estado en casi todos los puntos emblemáticos. Esta es la mía, me dije. Así que entre la neblina que surgía de una alcantarilla atisbé un taxi amarillo y lo paré. Un conductor dominicano me debió calar rápido, pues en perfecto spanglish me preguntó: ¿Dónde le llevo compadre? A cualquier rincón que respire baloncesto, le respondí. ¿Le gusta el basquetbol? Se giró sorprendido Walter, que así se llamaba el taxista. Pues prepárese que hay unos cuántos, chilló el moreno en medio del tráfico. De momento, vamos a la calle 33 esquina con la octava avenida. El Madison Square Garden, la Meca y el hogar de los Knicks. 


viernes, 24 de mayo de 2013

La casa de los Martínez (Arroyo, claro)


Para el ciudadano medio español ya madurito, el título inicial del artículo le traerá a la memoria la magnífica serie (luego llevada al cine) que a finales de los sesenta tenía postrados ante el televisor a millones de personas que seguían las peripecias de la singular familia. Para el avezado en el deporte, el común apellido no necesitaría de la aclaración entre paréntesis, pues sabría que alude a una de las más grandes dinastías que ha dado el mundo de la canasta. El patronímico va asociado al Estudiantes desde su creación y ha perdurado seis décadas después. La saga (como otras tantas en el club: los Bermúdez, Codina, Ramos, Sagi-Vela, Martín, Reyes, etc) merecía un relato, que centraré en su representante más reconocido, Juan Antonio, y sus dos hijos varones, Pablo y Gonzalo.


domingo, 7 de abril de 2013

Tkachenko, Sabonis y la antigua CCCP


Año 1972. Plena Guerra Fría, la CIA y la KGB. Estados Unidos y la Unión Soviética se disputan el mundo. El deporte se sobredimensiona y no escapa al enfrentamiento entre las dos grandes potencias.

El 1 de septiembre, tras 34 años de reinado soviético, Bobby Fisher, probablemente el mayor genio que haya dado la historia del ajedrez, se imponía en Reikiavik a Boris Spassky y su tropel de 36 grandes maestros. En el ciclo de candidatos había dejado a cero, en un hecho sin precedentes, a los maestros Taimánov y Larsen. A la capital islandesa, después de varios desplantes, acudió sólo, tras una llamada de Henry Kissinger. Después de múltiples exigencias y arbitrariedades, no asistió a la presentación del torneo, llegó 6 minutos tarde a la primera partida que perdió y alegando que le molestaba el sonido de las cámaras se negó a jugar la segunda. Remontó ese 2-0 en contra y tras un mes y medio se hizo con el título. No volvió a jugar ningún torneo oficial. A pesar de los 5 millones de dólares que ponía como bolsa el dictador filipino Ferdinand Marcos, rehuyó defender el título en 1975 contra el nuevo genio ruso Anatoli Karpov. Paranoia, miedo a perder, quien sabe… 

En 1984 el joven Gari Kasparov disputó el Campeonato Mundial a Karpov en el inicio de una de las rivalidades más notables de la historia del ajedrez (sólo comparable a la vivida en la primera mitad de siglo por Capablanca y Alehkine) y del deporte. El novel acusó los nervios y perdió las cinco primeras partidas, pero reaccionó y se hizo con las tres siguientes. Tras 6 meses y un día se anunció la suspensión del campeonato, que volvió a celebrarse en septiembre en Moscú al mejor de 24 partidas. Kasparov se coronó con 22 años y estableció un nuevo orden. Era el símbolo de la Perestroika. Gari retuvo el trofeo en las ediciones del 86 y del 87. La celebrada en Sevilla tuvo una cobertura mediática sin parangón: la última partida retransmitida en directo por TVE por el gran Leontxo García alcanzó una audiencia de 13 millones de espectadores. En el 90 en Nueva York y sin banderas de por medio por exigencias de Kasparov a la gresca con el régimen, conservó el título. Cuando años después Gari, feroz opositor a Putin, fue encarcelado, Anatoli fue de los pocos que intentó visitarle y eso no lo ha olvidado el azerbayano por muy enemigos que fueran delante del tablero. 

Los Juegos Olímpicos de 1972 celebrados en Munich quedaron marcados por tres hechos: terroristas palestinos con el sobrenombre de Septiembre Negro entraron en la Villa y retuvieron y asesinaron a varios deportistas israelíes, el nadador Mark Spitz obtuvo 7 medallas de oro y la URSS ganó el título de baloncesto en la final más polémica del olimpismo.

Así es, el 9 de septiembre (8 días después de la pérdida del cetro ajedrecístico) los soviéticos, repararon la afrenta. Doug Collins había puesto por delante a los yankees a falta de 3 segundos con dos tiros libres. Kondrashkin, que en los días previos a los Juegos sustituyó a Gomelski ante el temor de que éste, según un soplo de la KGB, pidiera asilo a los israelitas, solicitó tiempo muerto que no le fue concedido. Transcurrieron dos segundos, sacaron de fondo y el balón tras tocar en un jugador ruso salió del campo. Los americanos se abrazaron celebrando la victoria, pero el secretario general de la FIBA, William Jones ordenó retrotraer el cronómetro a esos 3 segundos. Edeskho dió un pase de canasta a canasta, Forbes y Joyce se entorpecieron en el salto y Alexander Belov anotó bajo el aro. La URSS ganó 51-50. Durante el tumulto, el entrenador derrotado, Henry Iba, perdió la cartera. Esas medallas de plata están guardadas en un banco de Zurich. Los estadounidenses, que volvieron a la patria como los soldados de Vietnam, se negaron a recogerlas. 

Nuestros personajes de hoy nacieron en la antigua Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y tienen en común su desmesurada altura y una carrera lastrada por las lesiones. El relato no podría titularse “Lucha de gigantes” como la maravillosa canción de Antonio Vega, pues aunque se enfrentaron con sus respectivos clubs, no rivalizaron como sus compatriotas ajedrecísticos. Compartieron selección y marcaron una época, pero su reinado podía haber sido más extenso y prolijo de haberles respetado la salud. Son dos grandes, dos gigantes: Vladimir Tkachenko y Arvydas Sabonis. 

sábado, 16 de marzo de 2013

De cuando los griegos subieron al Olimpo



Por el trabajo convivo a diario con números, con dinero, con volatilidades, con primas de riesgo (cuando lo más parecido a prima que había visto era la de algún amigo, que estaba muy buena y que, por supuesto, no me hacía el menor caso), con tipos (que no personas) de interés… Tiene bemoles en un tío de letras de toda la vida, pero… Qué aburrido dirán. Pues no es precisamente el adjetivo que aplicaría a mi actividad diaria, porque entretenido es un rato, pero divertido tampoco.

A Dios gracias los pronósticos más agoreros de los mayas no se cumplieron y seguimos vagando por este valle de lágrimas. Bueno, pues en este entorno apocalíptico, con el paro, el desencanto en la clase política y la corrupción instalados de pleno, todavía existe un país mediterráneo más ninguneado que el nuestro, otrora cuna de la civilización occidental, al que algunos cínicamente han señalado como origen del mal. En Grecia, que diría con pausa y sorna el maestro Gila, está todo roto y por el suelo, pero no siempre fue así. No se asusten, no voy a hacer un ejercicio histórico y remontarme a las guerras entre las antiguas polis (ciudades) griegas ni a los tiempos de Platón, Aristóteles o Sócrates, para el que no existía paradoja en matar hombres por la defensa de Atenas y la práctica de la dialéctica, ni entraré en diatribas filosóficas. Pisaré mi terreno, el deportivo, y me iré a un tiempo cercano. Echaré la vista sólo tres décadas atrás, en las que un puñado de aguerridos y talentosos jugadores de baloncesto fueron ejemplo de coraje y se atrevieron a discutir títulos a los esbeltos y poderosos eslavos de las antiguas repúblicas de Yugoslavia y Unión Soviética, que por entonces todavía competían unidas.


lunes, 18 de febrero de 2013

Simplemente Essie Hollis



Quizá éste sea un paseo por la Calle Melancolía de Sabina, pero me apetecía darlo con uno de mis ídolos de niñez. Con el paso del tiempo amplificas las hazañas de tus héroes, los sobredimensionas y los tomas por dioses, aunque hayan venido después otros probablemente mejores, pero los has hecho tuyos. Son los que te hicieron soñar despierto con mates estratosféricos, tiros imposibles o pases con retrovisor.

A los chavales de mi época las siglas NBA nos sonaban muy lejos. Lo que más se le acercaba eran las entonces increíbles giras que los Harlem Globetrotters realizaban por el mundo. Recuerdo que un niño bien del colegio pasó una temporada en Estados Unidos y volvió extasiado con un tal Julius Erving, al que puso de moda sin que el resto le hubiéramos visto jugar. Así cada vez que alguien hacía un arabesco en su camino hacia el aro, gritaba “Julius”.

Como lo de las redes sociales e Internet no se lo podía imaginar en aquellos tiempos ni Kubrick en su 2001 Odisea en el Espacio, lo primero y más parecido al Doctor J que aterrizó por estos lares fue un negro delgaducho de casi dos metros.  Lo trajo a San Sebastián un adelantado de este deporte, Josean Gasca, y junto a Nate Davis y Mirza Delibasic completa mi trébol de predilectos que marcaron a una generación entera de adolescentes de finales de los setenta y principios de los ochenta. Pónganse cómodos porque nuestro particular viaje al pasado lo haremos en helicóptero y tomen una pastilla contra el mareo si padecen vértigo. Despegamos, el gran Essie “helicóptero” Hollis inicia el movimiento rotatorio de sus hélices. Como un día le dijo a Jordi Villacampa: “comienza el espectáculo”.


martes, 29 de enero de 2013

Una de Copas




Me encanta la Copa.

Todos los años estoy deseando que llegue febrero para escapar unos días de la vorágine laboral y sumergirme con mis amigos en un ambiente festivo de sano deporte.  Cada vez más adeptos se suman al plan y el que va por primera vez, repite. Vuelve fascinado con el espectáculo y con el espíritu de camaradería que se vive en torno al evento. Hemos tenido de todo, hasta uno que se apuntó pensando que venía a ver voleibol. Entre nosotros están representados la práctica totalidad de los equipos participantes. En mi primera comparecencia en Zaragoza, en uno de los partidos de semifinales se volvió uno de los espectadores y nos preguntó: pero vosotros ¿de qué equipo sois? Era difícil saberlo, pues cada uno animaba al suyo y aplaudía las buenas jugadas de todos. Para el que le guste el deporte de verdad, creo que no hay competición comparable.

Ya tenía ganas de volver a Vitoria. En las ciudades más recogidas -Vitoria, Málaga, Zaragoza- el aroma a baloncesto no escapa como en las grandes urbes. Se condensa y toda la localidad se empapa del evento. Pero Gasteiz se lleva la palma. En la actualidad, ningún otro sitio se identifica más con su equipo ni con su deporte. En cualquier bar, quiosco o comercio te hablan de basket y la gente se siente orgullosa de su club. Pasear o ir de pinchos (qué ricos) es un auténtico disfrute. La anterior edición alavesa glorificó al Joventud de Aíto y colocó en el camino del estrellato a Ricky Rubio y Rudy Fernández (32 puntos aquel día), con el mérito añadido de llevarse la final ante el Baskonia. Han pasado cinco años y volvemos al lugar de los hechos, a un pabellón remodelado, convertido en la envidia de Europa, y que será el teatro de los sueños de los equipos participantes y sus seguidores.

Como si se tratara de un clinic en el que se fuera a explicar un ejercicio en medio campo, el sorteo ha deparado un teórico lado fuerte, con los gallos de la competición, y un lado débil, con equipos con mucha hambre y ganas de algo sonado. Salvo sorpresa maña mayúscula, el domingo veremos a unos de los favoritos en la final. Pero ¿llegará tan tocado para entre tanta batalla perder la guerra? ¿Será el año de un tapado menos exigido en las eliminatorias? Veremos. En las próximas líneas me entretendré en explicar cómo llegan los equipos y recordaré alguna de las ediciones más exitosas de cada cual. 

sábado, 12 de enero de 2013

Óscar Schmidt, el tiro


Desde muy jovencito a Eric Clapton le apodaron “Mano lenta”. Con 17 años había pintadas por Londres que decían “Clapton is God”. Fundó The Cream y a pesar de sus devaneos con las drogas se convirtió en uno de los mejores guitarristas de la historia. Su “Layla”, dedicada a la entonces mujer de George Harrison, su conmovedora “Tears for heaven” en que homenajeaba a su hijo pequeño fallecido al caer desde un rascacielos en Nueva York, o su deliciosa versión acústica “Somewhere over the rainbow” del Mago de Oz, son una maravilla para los sentidos.

Maradona, amén de sus pecados fuera de los terrenos de juego que ejemplificaban todo lo que no debía ser un deportista, ganó un título mundial para Argentina rodeado de un grupo de jugadores de mediano nivel y, cojo, estuvo a punto de llevarse otro. Puso además en el mapa futbolístico a Nápoles.

Óscar Schmidt llevó el apelativo de “Mano Santa” durante toda su longeva carrera y demostró en el “País de la Bota” que el Sur también existe. Rivalizó desde Caserta con la Italia rica y poderosa representada por escuadras de Milán, Bolonia, Varese, Cantú o Pesaro. En Brasil, donde el fútbol es una religión fue de los pocos, junto a los automovilistas Ayrton Senna y Emerson Fitipaldi y al tenista “Guga” Kuerten, que logró desviar por momentos la atención del aficionado carioca a otras disciplinas deportivas distintas al fútbol. Retirado hace diez años, posiblemente ha sido el mejor tirador nacido fuera de Estados Unidos que haya pisado una cancha de baloncesto y ésta es su historia, la de las tres Tes: Talento, Trabajo y Tino.