domingo, 7 de abril de 2013

Tkachenko, Sabonis y la antigua CCCP


Año 1972. Plena Guerra Fría, la CIA y la KGB. Estados Unidos y la Unión Soviética se disputan el mundo. El deporte se sobredimensiona y no escapa al enfrentamiento entre las dos grandes potencias.

El 1 de septiembre, tras 34 años de reinado soviético, Bobby Fisher, probablemente el mayor genio que haya dado la historia del ajedrez, se imponía en Reikiavik a Boris Spassky y su tropel de 36 grandes maestros. En el ciclo de candidatos había dejado a cero, en un hecho sin precedentes, a los maestros Taimánov y Larsen. A la capital islandesa, después de varios desplantes, acudió sólo, tras una llamada de Henry Kissinger. Después de múltiples exigencias y arbitrariedades, no asistió a la presentación del torneo, llegó 6 minutos tarde a la primera partida que perdió y alegando que le molestaba el sonido de las cámaras se negó a jugar la segunda. Remontó ese 2-0 en contra y tras un mes y medio se hizo con el título. No volvió a jugar ningún torneo oficial. A pesar de los 5 millones de dólares que ponía como bolsa el dictador filipino Ferdinand Marcos, rehuyó defender el título en 1975 contra el nuevo genio ruso Anatoli Karpov. Paranoia, miedo a perder, quien sabe… 

En 1984 el joven Gari Kasparov disputó el Campeonato Mundial a Karpov en el inicio de una de las rivalidades más notables de la historia del ajedrez (sólo comparable a la vivida en la primera mitad de siglo por Capablanca y Alehkine) y del deporte. El novel acusó los nervios y perdió las cinco primeras partidas, pero reaccionó y se hizo con las tres siguientes. Tras 6 meses y un día se anunció la suspensión del campeonato, que volvió a celebrarse en septiembre en Moscú al mejor de 24 partidas. Kasparov se coronó con 22 años y estableció un nuevo orden. Era el símbolo de la Perestroika. Gari retuvo el trofeo en las ediciones del 86 y del 87. La celebrada en Sevilla tuvo una cobertura mediática sin parangón: la última partida retransmitida en directo por TVE por el gran Leontxo García alcanzó una audiencia de 13 millones de espectadores. En el 90 en Nueva York y sin banderas de por medio por exigencias de Kasparov a la gresca con el régimen, conservó el título. Cuando años después Gari, feroz opositor a Putin, fue encarcelado, Anatoli fue de los pocos que intentó visitarle y eso no lo ha olvidado el azerbayano por muy enemigos que fueran delante del tablero. 

Los Juegos Olímpicos de 1972 celebrados en Munich quedaron marcados por tres hechos: terroristas palestinos con el sobrenombre de Septiembre Negro entraron en la Villa y retuvieron y asesinaron a varios deportistas israelíes, el nadador Mark Spitz obtuvo 7 medallas de oro y la URSS ganó el título de baloncesto en la final más polémica del olimpismo.

Así es, el 9 de septiembre (8 días después de la pérdida del cetro ajedrecístico) los soviéticos, repararon la afrenta. Doug Collins había puesto por delante a los yankees a falta de 3 segundos con dos tiros libres. Kondrashkin, que en los días previos a los Juegos sustituyó a Gomelski ante el temor de que éste, según un soplo de la KGB, pidiera asilo a los israelitas, solicitó tiempo muerto que no le fue concedido. Transcurrieron dos segundos, sacaron de fondo y el balón tras tocar en un jugador ruso salió del campo. Los americanos se abrazaron celebrando la victoria, pero el secretario general de la FIBA, William Jones ordenó retrotraer el cronómetro a esos 3 segundos. Edeskho dió un pase de canasta a canasta, Forbes y Joyce se entorpecieron en el salto y Alexander Belov anotó bajo el aro. La URSS ganó 51-50. Durante el tumulto, el entrenador derrotado, Henry Iba, perdió la cartera. Esas medallas de plata están guardadas en un banco de Zurich. Los estadounidenses, que volvieron a la patria como los soldados de Vietnam, se negaron a recogerlas. 

Nuestros personajes de hoy nacieron en la antigua Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y tienen en común su desmesurada altura y una carrera lastrada por las lesiones. El relato no podría titularse “Lucha de gigantes” como la maravillosa canción de Antonio Vega, pues aunque se enfrentaron con sus respectivos clubs, no rivalizaron como sus compatriotas ajedrecísticos. Compartieron selección y marcaron una época, pero su reinado podía haber sido más extenso y prolijo de haberles respetado la salud. Son dos grandes, dos gigantes: Vladimir Tkachenko y Arvydas Sabonis.